La primera señal de que algo andaba distinto en la colonia de pingüinos rey fue el murmullo entre los visitantes. Un ave más pequeña, de cresta amarilla, se movía con cautela entre los imponentes emperadores de Bahía Inútil, ubicada en la costa occidental de la isla grande de Tierra del Fuego. No era un juvenil ni un ejemplar enfermo. Era un extraño.
Hugo –como lo bautizaron los investigadores de la Reserva Natural Pingüino Rey– llegó de la nada el 11 de febrero. Un pingüino de las Snares (Eudyptes robustus), endémico de Nueva Zelanda, aparecía ahora en el extremo sur de América, a miles de kilómetros de su hogar. Nadie lo vio arribar. Nadie sabe con certeza cómo llegó.
Los pingüinos rey no son conocidos por su hospitalidad. “Al inicio hubo picotazos y aletazos”, relató Maite Arriagada, coordinadora de investigación de la Reserva, a La Prensa Austral. Hugo, con su cresta desordenada y su cuerpo compacto, no encajaba en la rígida estética de la colonia.
Durante los primeros días, los enfrentamientos eran inevitables. Pero pronto Hugo comprendió las reglas del juego: se alejó del núcleo de reproductores y encontró su lugar entre los pingüinos en muda, aquellos que, al igual que él, necesitaban reposo mientras esperaban su nuevo plumaje.
Hoy, su presencia es un atractivo inesperado para los visitantes. Armados con binoculares y paciencia, intentan captarlo en una fotografía. Su menor tamaño y la distancia de observación lo hacen un desafío para los curiosos. Sin embargo, los más atentos logran distinguir su figura inusual entre el mar de plumas grises y naranjas.
¿Un aventurero o un náufrago?
El misterio de su llegada sigue sin resolverse. Maite Arriagada baraja dos teorías:
La ruta errante. Hugo pudo haber sido arrastrado por las corrientes en busca de alimento y terminó en Tierra del Fuego por accidente.
El pasajero clandestino. Alguien, en algún barco, lo tomó como mascota y, antes de desembarcar, decidió que la mejor opción era lanzarlo al mar.
Cualquiera sea la historia, Hugo llegó en un momento crucial. La muda es un proceso delicado: sin plumas impermeables, un pingüino no puede nadar ni alimentarse. La colonia de pingüinos rey, aunque reacia a los extraños, le ofreció un refugio seguro.
Dos mundos distintos
A simple vista, Hugo y sus anfitriones tienen poco en común. Los pingüinos rey se reproducen con un ciclo largo y exigente: dos meses de incubación, doce de crianza. Los de las Snares, en cambio, lo hacen en un proceso más corto, entre septiembre y enero. En Nueva Zelanda, su hogar está en islas boscosas, lejos del paisaje abierto de Bahía Inútil.
Pero ahora Hugo está aquí, adaptándose a un territorio nuevo, lejos de los suyos. Quizás cuando su muda termine, el instinto lo empuje a volver al océano. Quizás sea solo un visitante de paso. Por ahora, es un misterio con plumas, un náufrago inesperado en la última frontera.